El Madrid de Víctor Ullate
Madrid no es sólo el nombre de una ciudad; es, sobre todo, el de un sentimiento de vidas ávidas de experiencias. Esto se refleja en el Barrio de las Letras y sus aledaños, foco de la cultura, el arte y el espectáculo, que recorremos de la mano de Víctor Ullate, una leyenda viva del mundo de la danza.Texto: María corisco / Fotos: Guillermo Navarro
Quedamos donde los guiris. Sabemos que corremos el riesgo de no encontrarnos entre las hordas de turistas japoneses que asaetan con sus flashes el Palacio Real, pero nos parece el lugar idóneo para que Víctor Ullate nos empiece a mostrar su Madrid, que no es sino el Madrid de la ópera, de los teatros, de las letras… De la cultura con mayúsculas. Un Madrid, el de los Austrias, que ha sido rescatado para el peatón y que, por tanto, impide que el taxi en el que viene el coreógrafo llegue hasta la plaza de Oriente, nuestro meeting point. Así que le vemos aparecer, caminando, entre las calles aledañas al Teatro Real, el mismo en el que estrenó en 2008 2 You Maestro, el espectáculo con el que conmemoraba el vigésimo aniversario de su compañía.
«Esta zona me encanta –nos dice mientras nos dirigimos a engañar con un café al frío invernal que envuelve a la ciudad–. Hubo un tiempo en el que incluso soñaba con venirme a vivir aquí, a esta plaza. Pero fue imposible. Demasiado caro. Y, al final, opté por irme a las afueras. Añoraba el campo, aunque sigo viniendo muchísimo por esta parte del centro porque es donde están los teatros, las exposiciones, los conciertos… Es donde está la vida cultural. Si volviera a Madrid, viviría por aquí».
En el Café de Oriente –construido sobre los restos del Convento de San Gil, del siglo XVII– y ya al abrigo del frío, Víctor Ullate comienza a contarnos su relación con Madrid, una relación de amor y de distancia que se ha ido tejiendo y destejiendo al mismo compás que su carrera en el baile. «Soy de Zaragoza, y allí inicié mis primeros pasos, de la mano de María de ívila. Llegué a Madrid cuando tenía 15 años para formar parte de la compañía de Antonio. Mis primeros recuerdos de la ciudad son un poco de provinciano: madre mía, qué grande era la capital… Me iba a pasear al Retiro los días de fiesta, viajaba mucho en metro y pensaba «˜ay, si yo tuviese un pisito en Madrid’, porque yo vivía de patrona, en una casa con derecho a comida y cena».
Salimos a los jardines de la Plaza de Oriente y allí comienzan las fotos. Se quita la guerrera y es entonces cuando se deja entrever el cuerpo fibroso y ágil del bailarín que, a sus 60 años, todavía vive dentro de él. Un cuerpo menudo, «pequeño», como le dijo el genial Maurice Béjart el día en que Ullate, con tan sólo 17 años, acudió a pedirle trabajo en su compañía. «Bailé para él, me dijo que era muy pequeño, y yo le contesté «˜eso ya lo sé, pero ya verá usted lo que da de sí el pequeñito…’ Le hice gracia, me contrató y pasé los siguientes 14 años de mi vida a su lado».
Se emociona cuando habla de Béjart, su gran figura de referencia. «Me decía «˜mon petit Víctor, tú eres mi hijo…’ y no mentía, él era como mi padre». Pero los hijos vuelan y, cuando a Ullate le planteó Jesús Aguirre la posibilidad de crear el Ballet Nacional de Danza, no pudo decir que no. Y así volvió a vivir en Madrid, muy cerca de las calles que ahora vamos recorriendo, camino de la Plaza Mayor. «Me instalé en una buhardilla cerca de Tirso de Molina. Recuerdo que bajaba todos los días a desayunar churros. Claro que eso era cuando todavía los comía».
Por eso, para él no son una tentación los innumerables bares de tapeo que salpican los alrededores de la Plaza Mayor y que hacen las delicias no sólo de los turistas, sino de los madrileños en general. «No me gusta ir de picoteo –reconoce, como disculpándose por no compartir una costumbre tan castiza–. Adoro esta zona, me parece de lo más bonito de Madrid, pero no para ir de tapas».
Ya en la Plaza Mayor, las palomas y los turistas se disputan alegremente el espacio, mientras junto a los soportales se arremolinan filatélicos, caricaturistas, artistas callejeros, estatuas humanas… Seguimos nuestro paseo y nos vamos encaminando hacia el Barrio de las Letras, nuestro punto de destino. Son calles estrechas y bulliciosas, en las que las tiendas de diseño conviven con chamarilerías, bodegas y tahonas de ayer. Solera frente a minimalismo; vanguardia frente a tradición. Víctor se detiene en una tienda de artesanía hindú, Jesús y Buddha, en donde tiene buenas amigas.
«Hay un antes y un después de conocer La India. Me apasiona la cultura oriental, me tienta el budismo, me inspira paz. De allí saqué la inspiración para mi ballet Samsara». A la salida, nos comenta cómo, «cuando estaba tendido en una sala de operaciones, convencido de que todo acababa, mi mente viajó a Oriente». Porque Ullate, que ha tenido varios infartos, padece desde hace ochos años aterosclerosis, una enfermedad de las arterias que no ha conseguido alejarle del mundo de la danza.
En el espectáculo 2 You Maestro sale al escenario haciendo el papel de maestro, y el alumno es su hijo Josué, de 15 años, que «ha nacido para bailar, tiene esa estrella». Tiene otros dos hijos, Víctor y Patrick. «Tener hijos mayores es genial. Con ellos no me siento como un padre convencional, sino como un amigo mayor que les aconseja. Cuando tienes tanta relación con chavales no te ves mayor, te dan una energía diferente, te hacen sentirte joven. Me siento, te lo digo en serio, como si tuviera 40 años, no 60″.
No los aparenta, desde luego. Camina con paso ágil y elástico, y viste como lo haría cualquier muchacho de su compañía. Se detiene a leer las frases de dramaturgos célebres que jalonan la calzada de las calles colindantes a la Plaza de Jacinto Benavente, una plaza concurrida a cualquier hora del día: desde primeras horas de la mañana, con los visitantes que se acercan desde ella a la Puerta del Sol, hasta últimas de la noche, cuando los cines y los teatros expulsan a los espectadores más tardíos. Hay cafés, bares y restaurantes a porrillo, pero ya sabemos que Víctor es inmune a su reclamo. En cambio, se deja tentar por el escaparate de una tienda de manualidades, a donde acude a comprar los óleos, pinceles y trastos necesarios para dar rienda suelta a su última afición: la pintura.
Una voz nos interrumpe, «¡Víctor!», y Víctor se vuelve y se da de bruces con Tony Fabre, director artístico adjunto de la Compañía Nacional de Danza 2, o, lo que es lo mismo, el segundo de Nacho Duato. Se abrazan, charlan un rato, se dicen adiós. Ullate también tiene un adjunto, una mano derecha. Es Eduardo Lao, tantos años trabajando juntos… De Eduardo, precisamente, ha salido la idea de este homenaje al Maestro, homenaje que es un recorrido por su vida. «Me halaga tremendamente que me llamen maestro. Yo he sido maestro de Eduardo, él es ahora maestro a su vez. He hecho realidad muchos sueños (Tamara Rojo, íngel Corella, Lucía Lacarra, Igor Yebra, María Giménez, Joaquín de Luz, Rut Miró…) y me ilusiona ver que triunfan, que son importantes dentro del mundo de la danza».
Una tienda de pintura, un colega, un escaparate… Cualquier cosa origina una nueva conversación. Y así, charlando, llegamos a la Plaza de Santa Ana, el corazón del Barrio de las Letras y uno de los más importantes centros turístico-culturales de Madrid. Aquí hay de todo. Infinidad de lugares de copas, desde la taberna taurina más clásica al bar lounge más cool; no en vano estamos en la zona que popularmente se conoce en Madrid como Huertas –por la calle de ese mismo nombre–, y que desde hace más de 30 años es uno de los lugares de marcha más conocidos.
Pero también hay hueco para la cultura, y todo el barrio está teñido por ella. Para empezar, en la misma plaza, frente a una estatua de Federico García Lorca, está el Teatro Español, cuyo edificio de fachada neoclásica, obra de Juan de Villanueva, se levanta en el mismo solar del legendario Corral de la Pacheca, en donde, en el siglo XVI, ya se realizaban representaciones. Ullate acude a todos los espectáculos que se estrenan en este teatro, «y a muchos otros.
Voy todas las semanas, es una forma de expresión a la que me siento muy cercano». Por eso es asiduo visitante de esta zona, ya que, en un radio de apenas 200 metros, se encuentran el Teatro Marquina, el del Príncipe, el Calderón…
Pero la cultura también está presente en los nombres de las calles: Lope de Vega, Cervantes, Quevedo, Echegaray… conforman el callejero de esta zona en la que iglesias monumentales y palacetes como el del Ateneo o el de la Real Academia de la Historia se dan la mano con viviendas modestas de tejados empinados. «¡Me encanta ver los tejados de Madrid!», dice de pronto Víctor, y allá que nos vamos.
Desde una terraza privilegiadamente situada en la Plaza de Santa Ana, la ciudad se extiende ante nuestros ojos. Y, desde allí, alcanzamos a ver otros de los lugares fetiche del bailarín: el Círculo de Bellas Artes, el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía, el Museo Thyssen –»soy un fanático del arte y de las exposiciones»– y, un poquito más allá, pero también muy cerca, el Museo del Prado. «Esta zona es un auténtico privilegio», concluye, como también ha sido un privilegio para nosotros poder compartir con él este paseo.Un paseo con un hombre que ha recibido el Premio Nacional de Danza, la Medalla de Oro de las Bellas Artes, el Max de honor por su trayectoria… y que continúa sintiéndose «un hombre corriente, con una vocación que le hace feliz».